Entrar a la basílica de San Pedro supone siempre una experiencia grandiosa, pero no todas las tardes puede uno rezar el Rosario codo con codo junto a los cardenales que tienen en sus manos el futuro de la Iglesia. Ayer, a la entrada del templo, los purpurados se mezclaban con los visitantes que sacudían de sus paraguas los restos de la copiosa lluvia que caía...

