EN algún lugar del subsuelo de la Plaza de Santa Cruz, las cenizas de Bartolomé Esteban Murillo deben estar revolviéndose. Su alma seguramente goza de la paleta de colores del paraíso que le pintó a sus Inmaculadas, pero lo que aún queda de su materia —polvo somos— echa humo. En estos días de fiesta con una ciudad dicen que abarrotada de viajeros y turistas,...
Suscribete para leer la noticia completa: