Lo vieron sus devotos, esas mujeres de mirada directa que llevan el dolor en la médula de los huesos, esos hombres de callar sereno y andar pausado. Era viernes en San Lorenzo, y el Señor estaba rodeado de los suyos. De los que no tienen pudor alguno a la hora de reconocer, en público, aquello que nos hace profundamente humanos: la debilidad.
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