EL día en que lo iban a matar, Jesús de Nazaret se abrazó a una cruz de carey y plata, y volvió a pasar por la misma plaza que le sirvió a la ciudad para recibirlo en el ya lejano domingo de la infancia. La noche se pobló de palios venecianos, de azahar recogido en naranjos que sirven para proclamar la pureza de María, de crujidos pintados por la caoba tenebrosa...
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