EN muchas escuelas de Magisterio se contaba la historia, de cuando en los colegios nacionales los niños tenían que aprenderse de memoria la bella prosa del Catecismo del jesuita Padre Jerónimo Ripalda, que daba aquella definición casi poemática del pecado de envidia: «Tristeza del bien ajeno». A una de aquellas escuelas llegó un día el inspector de Primera Enseñanza...
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