NADIE ha podido engañar a los almanaques. El tiempo es insobornable desde que el hombre tomó conciencia de su existencia: de la suya propia y de esa extraña magnitud que marca su vida y la convierte en un camino. El empleado de oficina se ha puesto filosófico ante las maletas y los paquetes que se agolpan en el saloncito del apartamento de playa que compró allá...
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