Una línea sin labrar era una linde, y eso había que respetarlo como la valla más firme. O bastaba la palabra de un hombre, que sonaba con firmeza de linde: «¿Tú ves aquel almendro que está donde acaban los olivos? Pues desde allí para acá, sagrado; y de allí para allá, espárragos, caracoles, higos chumbos en su tiempo… Lo que quieras. Pero desde el almendro para...
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