RARO era el día en el que el Guadalquivir no dejaba el cuerpo sin vida de algún marinero varado en sus orillas. El trasiego de las atarazanas, el bullicio de las gentes, hacía que pescadores y comerciantes no se percataran del bulto semienterrado sobre la arena. Solo despertaba su curiosidad el olor a sal mezclado con el del cuerpo inerte que había viajado bajo...
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