Me asombraron, por el camino de Santiago, los abedules, cuando salíamos a oscuras y el suelo brillaba con el hielo; el cielo con las estrellas. Sus troncos refulgían como si estuvieran pintados de blanco. Sus ramas nuevas, al amanecer, aparecían violetas, entre el frío. En una casa de aldea, sobre troncos de abedul, colgaban a secar los lacones, entre el sol...
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