EL sórdido Pujol no es más que síntoma. Lo que fue siempre. La simbólica cabeza de una corrupción perfecta. De una corrupción que genera riqueza para los amigos. Para los enemigos, también. En la alícuota parte que les corresponda, conforme a la potencia que sea conveniente neutralizar en cada uno de ellos.
Nadie, en la Cataluña posterior a Tarradellas, quedó...
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