EN la casa del abuelo Rojas, por la parte del corral, bajo el amparo de un inmenso azufaifo, allí donde la calle del Vidrio era más campo que pueblo, nunca faltó tertulia de hombres de la cacería. El abuelo Rojas, tocado de sombrero, era un patriarca en aquella casta aficionada a volver del monte con tres o cuatro perdices atadas al cinto, cazadas al pulso de...
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