Cinco años llevaba Pablo Ruz en la galaxia donde suelen habitar los jueces estrella y donde se cuecen, vuelta y vuelta, los sumarios con más enjundia mediática, carne de ese antropomórfico pero anónimo término que conocemos como «opinión pública», que, como aquel dinero público de Carmen Calvo, al final no debe de ser la opinión de nadie. Por sus manos han pasado...
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