España es buena sepulturera. Entierra a sus muertos con dolor. No hay queja sobre nuestra vocación funeraria: a la parca se la viste de crespones negros tirados por caballos blancos y hasta se la baña en prosa de lágrimas si el finado lo merece. A Larra, por ejemplo, España lo enterró tres veces. Hasta que el periodista dio, por fin, con sus ilustres huesos en...
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