No sé qué nos pasaba con García Márquez. En aquella caprichosa, libérrima ciudad de los setenta, su influjo pesaba más de lo que estábamos dispuestos a admitir. Como Vargas Llosa, Gabo vivió en Barcelona. Dicen que tuvo que marcharse, cruzar el charco, para poder terminar la novela sin la cual no habría recibido el Nobel de literatura. «Cien años de soledad»...
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