Cuando era más joven —o joven, por decirlo de un modo tal vez menos inexacto— y tenía cita con una de aquellas chicas que, teniendo claro que nunca serían el amor de mi vida, tanta ilusión me hacían, gastaba todo lo que tenía en caviar y champán para amenizar la velada. El mañana no importaba si ella aquella noche venía. Había meses en que luego no podía asumir...
Suscribete para leer la noticia completa: