Quien haya visitado alguna vez el Louvre habrá tenido que hacer una cola kilométrica, que a veces llega a las cuatro horas de espera; habrá sorteado a miles de personas en los pasillos, en la tienda, en los baños, en el guardarropa, en el restaurante y, con un poco de suerte, habrá visto –de refilón– alguna obra en sus salas. «La Gioconda», de lejos y gracias....
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