Tuvo en su voz toda la fuerza que le faltó a su cuerpo. Y en su garganta, joya furiosa que conservó hasta sus últimas horas, en las que cada ay fue de dolor verdadero postrado en el lecho final, conservó como oro en paño aquella saeta que lanzó desde el puente a los estertores del Cachorro: «Yo no sé si vas despierto, /yo no sé si vas dormío, / Cachorro, Cachorro...
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