Quien las inventó lo sabía. Sabía que se necesitaba un nombre ampuloso, exclusivo, esdrújulo. Si lograban que el cliente se sintiera importante, como una especie de elegido o ungido, el producto sería un éxito. Y lo fue. En todas las oficinas de cajas de ahorro, por arte de birlibirloque –sobre todo de birli–, se convirtió a todo quisque en preferentista de carné...
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